'LE WEEK-END'. Sobrevivir al desgaste con ingenio


CRÍTICA DE CINE

'Le Week-End' (Roger Michell. Reino Unido, 2013. 93 minutos)

Lo mejor de la filmografía de Roger Michell surge de su colaboración con Hanif Kureishi. ‘Le Week-End’ aborda un tema aparentemente manido: una pareja celebra su trigésimo aniversario bajo el manto de la torre Eiffel. Lo que pasa es que bajo la pluma de Kureishi nada es prototípico. El aparente festejo del idilio se ve corrompido por un desgaste motivado por la convivencia y esas pequeñas cosas que ya son intolerables. Las heridas abiertas o que nunca terminaron de cicatrizar toman rienda suelta en un fin de semana en el que todo va a ser como nunca lo fue.

Situar a la pareja protagonista en una edad ya próxima a la jubilación ayuda mucho a comprender ese balance de lo han sido sus vidas y de lo que en realidad no quieren que sean. Los formalismos han quedado anclados en un pasado que ya no importa. Lo realmente relevante es el destino del tiempo que les queda. Los anhelos y ciertas renuncias combinados con las ensoñaciones y algunos miedos son  los motores de esta excelente película. Cuesta reinventarse y ambos luchan por reconocerse, más que en quiénes fueron en quiénes serán. El pesado lastre de un hijo que no termina por despegar, problemas laborales, insatisfacciones, deseos de hacer el amor con la persona que se ama, fantasear con lo que pudo haber sido la vida de uno, jugar a la apariencia, ver desnuda a tu mujer, alojarte en lugares impagables, comer en sitios prohibidos y huir de la rutina y del orden social establecido aunque sea del peor modo posible… todo eso es  la película que Roger Michell dirige con pericia. La cámara se mueve con ritmo y los encuadres son certeros. Tener a unos actores como Jim Broadbent –su interpretación fue recompensada con la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián- y la siempre atractiva Linsay Duncan facilita cualquier resultado. Se asiste a una lección de mesura y desparpajo interpretativo.

La vida de ambos se ve asaltada repentinamente por el pasado en la figura de Jeff Goldblum. Su aparición es crucial para el desenlace. Se produce un contraste determinante que enfrenta a los sueños con la constancia, y a la apariencia con el querer lo que no se tiene pero que quizá se pudo haber tenido. El sentido del humor es tan exquisito que nada es demasiado grave y más si se tiene una iluminación tan gozosa como la de Nathalie Durand acompañada por esas notas musicales creadas por Jeremy Sams.

Resulta complicado encontrar películas que no pequen mucho de nada y que fluyan como esta comedia que podría no haberlo sido pero que lo es y que, además, tiene un final primoroso a ritmo de baile. 

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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